Con las propiedades, ya sean casas, terrenos, etc., se establece un vínculo emocional. Las casas no son simples propiedades, sino elementos de nuestra historia, de nuestros padres y abuelos, con los que mantenemos un nexo emocional que cuesta mucho cortar.

Y así, mientras el vínculo es lo que hace que los habitantes de un pueblo del que han emigrado regresen periódicamente o definitivamente, también es el que hace que cueste mucho trabajo vender una propiedad, aunque no haya planes en el corto plazo de volverla a convertir en funcional. Y así, una casa vieja necesita sus cuidados, sus reformas, necesita compensar la degradación que el tiempo provoca en los materiales. Si esos cuidados no se dan en el momento adecuado, se hacen más costosos, haciendo que la inversión necesaria para volver a convertirla en habitable crezca y crezca.

Pero incluso aunque todo esto es conocido, cuesta vender y deshacerse de una propiedad con la que se ha establecido un vínculo. Y esa resistencia se transforma, en la mayoría de las ocasiones en degradación irreversible, en propiedades que son ruinosas y ya no sirven para nada, ni para mantener el vínculo ni para habitarlas, ni para que las habiten otros.

Por eso, los propietarios de casas que no habitan en pueblos de la España Vaciada deberían analizar sus vínculos, y decidir, si es que no se dan las circunstancias para mantener una propiedad en un estado actualizado y habitable, si hacen bien tratando de resistirse emocionalmente a deshacerse de esa propiedad que es parte de su historia.

Este es un problema más de la España Vaciada, uno que no depende de las decisiones de políticos o de administraciones regionales o estatales, uno de los que se originan dentro y que no se pueden resolver desde fuera. El vínculo nos mantiene cerca de los sitios a los que emocionalmente estamos ligados, pero también destruye los pueblos si no se toma la decisión de cortar ese vínculo y vender, cuando mantener ese vínculo ya no tiene sentido.